de Bret Harte
Biblioteca El Mundo - España - 1998
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A menudo se establecen similitudes entre Mark Twain y Bret Harte; ambos, desde luego, tienen en común el haber retratado a sus contemporáneos con una mirada exenta de ampulosidad y haciendo del humor su seña de identidad. Sin embargo, ahí termina toda conexión. Y es que Harte está a años luz del autor de Huckleberry Finn, tanto a nivel estilístico como temático.
Cuentos californianos recoge cinco historias originalmente publicadas en el libro The Luck of Roaring Camp, que reportó a Harte una fama enorme en su país natal, e incluso trascendió sus fronteras. Estos textos muestran la forma de vida de los primeros pobladores del oeste norteamericano: mineros, buscadores de oro, ganaderos, jugadores, tramperos…; gentes que colonizaron tierras indómitas y que se enfrentaron a lo desconocido con pasión y coraje. Al menos, esto es lo que se desprende de los relatos de Bret Harte, que retrata personajes casi arquetípicos y de una planitud casi cómica: tipos durísimos que, pese al sentido del humor que tiñe el texto y a lo trágico de su destino, parecen representaciones de un mediocre western.
Estos protagonistas son, además, indistintos; el socio de Tennessee —en el relato del mismo nombre— es similar al borrachín Sandy de “El idilio de Red Gulch”: hombres solitarios, rudos y poco amantes de las buenas costumbres. Harte hace un retrato fidedigno del tipo de persona que campaba por el oeste en ese tiempo, pero es incapaz de personalizarlo y asignar a cada uno de sus protagonistas un carácter único, una idiosincrasia original. Los rasgos generales que afloran muestran una imagen que tiende a la parodia, ya que las características que denotan más humanidad (ternura, honor, respeto) están poco explicitadas o, directamente, expuestas con una falta evidente de pulso literario.
Las historias de los diferentes relatos adolecen de estos mismos defectos. Tramas inocentes, previsibles y muy semejantes entre sí: tanto da que el autor cuente la historia de un recién nacido recogido en un campo de rudos mineros o el éxodo de un grupo de marginados a los que expulsan de un asentamiento; las narraciones siempre buscan conmover al lector con elementos sentimentales muy evidentes, presentados con una ironía no demasiado fina. Los protagonistas aparecen el comienzo de cada historia como representaciones de un modelo social (el jugador tramposo, el minero hosco) para, al poco, tornarse en bondadosos seres que se sacrifican por sus semejantes (“Los marginados de Poker Flat”) o que adoptan niños abandonados con una caridad inesperada (“La suerte de Roaring Camp”). De este modo, la imagen que Harte transmite pierde su carga irónica y las posibles connotaciones sociales: todo queda en historias casi lacrimógenas, anodinas y con algún destello ocasional de calidad.
El estilo de Harte, sencillo y volcado en la frase ingeniosa, no es tan depurado como el de otros escritores estadounidenses (no sólo Twain, que quizá es un referente obvio, sino Hawthorne o incluso Fenimore Cooper): más allá de la metáfora deslumbrante o de algunos párrafos de bella descripción de la naturaleza, la narración basa su fuerza en la representación de un drama que es más propio de un escenario que de un relato en prosa. Así, los cuentos resultan más bien una recopilación de anécdotas y réplicas mordaces, con un narrador que atesora un gran sentido del humor, pero que no convence a la hora de trasladar la emoción de la historia.
Cuentos californianos tiene el aliciente de mostrar a unos personajes curiosos en situaciones insólitas, aunque tienda al estereotipo sentimental. El humor de los narradores de Harte hace que la lectura tenga momentos impagables, si bien los lastres estilísticos son evidentes. Son textos a los que el tiempo, desde luego, no ha perdonado su falta de ambición.
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