miércoles, 26 de febrero de 2014

Si cortarle la cabeza a la Gorgona de Wenceslao Maldonado

Fragmentos de Si cortarle la cabeza a la Gorgona de Wenceslao Maldonado

I.

ser perseo es demasiado incómodo / el cambio de un paisaje / el mapa en la guía de turismo / los retratos que se ven o se adivinan / y fuegos de la tarde juegos / que arde adivinar presencias y distancias / lo que baja sobre el mar egeo / surge entonces ser perseo / es demasiado absurdo hoy por hoy / alucinaciones / rojos de colores vivos / bermellones carmines púrpura escarlata / busco el nombre exacto para los corales del fondo / en escenarios que pasan y me atrapan / en el mediterráneo diccionario de tonos / con los ojos hechos sorpresa / ver la muerte misma lo sublime / cómo ser perseo feliz en el extremo / de esta agua irse / y de vez en cuando regresarse


XII.

pero no soy perseo más que a ratos / porque me falta el cuerpo sutil del vuelo / y algo más envejecí esperando / acaricio mi panza prominente toco mi barba blanca / entretengo mi falo fláccido de pena / entre distancias zeus viene a la noche / se empecina en revisarme los deberes / me obliga a levantarme de la cama para doblar la ropa / en cada percha pantalón y camisa de sonámbulo / hasta la sospecha de que ando en cosas turbias / con toquetearme el sexo no se debe / hay que lavarse los dientes hay que lavarse las manos hay que bañarse / por mandato de un dios omnipotente y avemaría / habría que llorar por no poder ser perseo todo el tiempo / en vuelos en corridas en viajes y distancias / de otro cielo y otra tierra padrenuestro




lunes, 24 de febrero de 2014

El despelote de Agustín Pérez Pardella

Un porteño de parla soez, como la mayoría de los porteños; pero inflamado de pasión por el pasado argentino y los grandes varones que construyeron el país. Si en el fondo del humor se encuentra siempre el rasguñón de un drama, lo dramático hace eclosión aquí, en ese joven que siente su país con emoción y que lo enjundia desde su tristeza al comparar el heroico ayer con la des-concertante indiferencia de hoy, al comprobar que un morbo "neo-plásmico" está demoliendo ese pueblo porque ha dejado de vibrar en su raigambre. Altamente exhultativo entonces, el propósito de Agustín Pérez Pardella: volver los ojos al país, sentirlo en el pasado heroísmo y en su gloria, que ennoblece y fortifica. Y desde esa perspectiva, comprender y corregir estos días, tan lamentables, desentrañando el ejemplo de los grandes argentinos que otros argentinos se encargaron de borrar, planificadamente, para esconder una vergüenza. Y también desde allí, mirar hacia adelante,hacia su destino. Sobre este libro: http://www.ayconstanza.com/drama/el-despelote-de-agustin-perez-pardella/

Entre Puán y Constitución, FILO de Sergio Olguín

Entre Puán y Constitución
Filo, la  novela de Sergio Olguín, mezcla dos mundos que parecen antagónicos en un cóctel explosivo y desaforado.

Sergio S. Olguín escribe sus novelas a toda velocidad. Lanús, editada hace un año, le llevó apenas un mes. Ahora está más lento, dice, porque Filo, que acaba de publicarse, le llevó dos meses. Quizá sea ese ritmo frenético el que le imprime a su prosa agilidad –aunque no liviandad– y un claro dinamismo. En cualquier caso, a él le encanta que sus libros se lean rápido. “Es un efecto que busco. Me esfuerzo en conseguir una prosa que sea atrapante, como una buena historia contada cinematográficamente, pero con elementos que no tienen nada que ver con el cine, porque el cine tiene una forma de narrar muy diferente. Quiero que mis libros se puedan leer de corrido.” 
Ése es un primer efecto de Filo, una novela influenciada por Boris Vian y Simenon –héroes del autor–, que comienza con un tono realista y termina en un festivo apocalipsis erótico-policial, pantagruélico. Desde el título amenaza con ser una novela ácida, que hinca el diente en la literatura argentina, la Facultad de Filosofía y Letras y los críticos. Sobre todo teniendo en cuenta que uno de los personajes principales es Santiago Pazos, alter ego de Olguín, crítico corrosivo que se hizo famoso –y temido, por lo menos para los que no tenían sentido del humor– desde las páginas de V de Vian, la revista cultural que el autor dirigía. Pero, aunque aquellas referencias existen, Filo está lejos de ser una novela crítica. La inclusión de Santiago Pazos es un cierre, dice el autor, de la estética que él personalmente defiende, y que llegó a su máxima expresión en V de Vian.
¿Por qué eligió a su alter ego como personaje? 
–Santiago Pazos nació como personaje literario. Dentro de V de Vian no era un pseudónimo, era un crítico de la literatura y de la propia revista, divertido y ácido. La novela tiene mucho que ver con lo que fue V de Vian, una culminación de esa propuesta estética. Así como La Selección Argentina, la antología de relatos que edité, fue una culminación ideológica de lo que yo consideraba los escritores más importantes de mi generación desde mi actividad como escritor, el cierre de V de Vian es esta novela. Combina todo lo que tenía la revista: alta y baja cultura, lo barrial, el policial, el erotismo, la cultura pop. Es un personaje que siempre me divirtió mucho, algo esquizofrénico, que me permitía una mirada crítica incluso hacia mí y hacia mis amigos. Además, Santiago se llamaba mi viejo, que falleció el año pasado y es el nombre de mi hijo. Quería escribir sobre un viejo que se estaba muriendo y un hijo que estaba creciendo. Y quería escribir una novela optimista, donde a todos les fuera bien, donde se ganaran el Prode. No quería muertos: solamente podían morir policías, rugbiers y dealers. 
FILO
de Sergio Olguín
a la venta en 

Cuando pensó la novela, ¿iba a ser mucho más crítica? 
–Es cierto, iba ser una novela que hablaba de la crítica en la literatura argentina y cómo se manejaba eso en la facultad, y terminó siendo sobre triángulos amorosos, una bolsa de cocaína y dos viejos ladrones. En algún punto, Filo es una novela frustrada. Quería retratar la facultad de los años ochenta, quería meter como personajes a Beatriz Sarlo, Daniel Link, Jorge Panesi, pero después lo dejé atrás. Escribir algo sobre las cátedras de teoría o literatura te obliga a tomar una posición; hubiera terminado con una novela muy moralista, cosa que no quería hacer. Sí está la voz de David Viñas: si hay algo que rescato es la Facultad de Viñas, esa postura crítica que nos enseñó a nosotros como alumnos. Y es el tipo que terminaron echando de la Facultad. Obviamente Filo es el tipo de novela que Viñas tiraría al inodoro a los cinco minutos de empezarla, no es el tipo de literatura que él reivindicaría. Pero no soy un discípulo aplicado. 
¿Cómo se ubica Filo en la narrativa argentina actual?
–Me cuesta incorporarla en un corpus de textos. Es una novela alejada de todo. En un sentido trabaja con un género que es la novela de universidad, que acá nadie trabaja; David Lodge o Javier Marías tienen muchas novelas de ese género, por ejemplo. Aunque un personaje como Pajarito, ladrón sexagenario que vive en Constitución, tiene elementos de los personajes frustrados de Bernardo Kordon o Roberto Arlt, carece del sentido trágico de estos autores, y es más bien un personaje que vive en un Buenos Aires de otra época. Lo mismo ocurre con Simone, que está tomado de una novela de Simenon, El hombre del banco, pero no tiene dramatismo. Quise ir en contra de los lugares comunes. Me resulta más fácil pensar en una tradición literaria, de Kordon, Viñas, Soriano y Sasturain, que en un corpus de textos contemporáneos. 
El final se aleja bastante del realismo, y entra en un clima casi desaforado... 
–Sin abandonar el realismo, quería exacerbar las posibilidades de los personajes. Quería que al final fuera otro discurso, ni el de Puán ni el de Constitución. Sabía que el riesgo era que se fuera el carajo. Y creo que en un punto se fue, pero eso me gusta. Prefiero irme al carajo y equivocarme antes que no animarme a escribir. Yo sabía que quería una escena final erótica muy fuerte, y lo hice sin pensarlo mucho. Es lo que sentía que era la culminación de esa historia. Por suerte pude hacer aquello que siempre propuse cuando era crítico: me enojaba mucho con las novelas constipadas y contenidas que no se animaban a ir más allá. Estoy contento de haberlo hecho. Si lo hice bien o mal, no depende de mí.
Por Mariana Enriquez
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-860-2003-12-21.html

Jorge Larrosa y las postales tumberas

Reconocido antes que nada como letrista de Andrés Calamaro en la época post-Salmón, esa que los llevó al terreno de la alta toxicología, los bajos fondos y el mundo de los excluidos y la cárcel, Jorge Larrosa acaba de publicar su primer libro. Entre la ficción verdadera y la crónica novelada, Postales tumberas (Aguilar) cuenta los episodios alrededor de una célebre fuga de 1994 para retratar con ductilidad, suspenso y un idioma propio la vida adentro y afuera de eso que no por nada llaman tumba. En esta entrevista, habla del mundo sobre el que echa luz, los códigos rotos en las últimas décadas, los cambios en los delincuentes y esa constante que hace cuarenta años no cambia: la policía.

Postales Tumberas 
de Jorge Larrosa - Prologo de Andres Calamaro
LINK EN TIENDA http://www.ayconstanza.com/biografias-memorias-y-testimonios/postales-tumberas-de-jorge-larrosa-prologo-de-andres-calamaro/

Hay frases, hay ideas en la verborragia de Larrosa que encuentran destino de loops. Las desgrana de una manera tan especial –apoyándose en metáforas, imágenes, bromas, gestos, sonrisas parciales y frases hechas partidas en pedazos– que, a medida que las va repitiendo, lejos de desgastarse, parecen ir tomando más color, mucho más sentido. Conclusiones que trascienden el tema carcelario para salir al afuera, ahí donde se entrecruzan todos los tópicos que tienen que ver con la necesidad, la exclusión, el encierro y la falta. Tres conclusiones, al menos, pueden apuntarse luego de hablar con él, tres conclusiones que pueden llegar a armar el rompecabezas de la Argentina de verdad, es decir, el que incluya también los pedazos de una Argentina desarmada que, a veces, necesita armarse sola para poder sobrevivir. Tres conclusiones donde se muestra que a veces la experiencia crea su propio lenguaje:

1) es un alivio dormir para poder soñar con la libertad aunque, al mismo tiempo, hay que tener cuidado de no cajetear, la peor manera de volverse tumbero; 2) en tierra de tigres hay que aprender a ser zorro para después recién empezar a ser tigre; 3) hay que saber perder, y una vez adentro alejar los pensamientos obsesivos pero nunca permitir que la prisión cobre realidad por sí misma, porque así todo lo que se dejó afuera puede empezar a esfumarse.

Cajetear es volverse autista, llenarse de pastillas, morderse la cola pensando únicamente en la causa por la que uno quedó adentro; la de los tigres es la deliciosa metáfora que usa Larrosa para dar cuenta de los presos que caminan de lado a lado de su jaula; saber perder es tener en cuenta que, para un ladrón, no hay grises: es todo blanco o negro porque el verdadero ladrón, el revolucionario urbano, en términos de Larrosa, es aquel que no comete el crimen si no está dispuesto a pagar la condena.

Todos esos puntos despliega Postales tumberas (Aguilar), el flamante libro de Jorge Larrosa que se centra en el personaje del Zurdo –alguien que entra en la cárcel y va pasando de testigo a colaborador de un gran acontecimiento– para hablar de los verdaderos protagonistas, un libro que habla, finalmente, de una fuga que adquirió ribetes míticos –aquella del 18 de septiembre de 1994, cuando La Garza Sosa, el Gordo Valor, Emilio Nielsen, Carlos Paulillo y Julio Pacheco se escaparon del penal de Villa Devoto– para hablar también de la vida en la sombra; una novela con algo de crónica y mucho de poesía prosaica que habla de las tumbas de la vida para indagar en los restos de vida que puede haber en la muerte, un libro donde, a menudo, el adentro y el afuera, los buenos y los malos, se confunden más de la cuenta porque, tal como dice Larrosa, “la ignorancia y la falta de educación es lo que provoca mayor delincuencia”.

Pero en Larrosa una frase nunca viene sola. Y en este caso, las frases que siguen despliegan un preciso mapa de la situación actual: “El epicentro de los delitos siempre es una comisaría; además, en estos momentos, una salidera o un robo a un banco sólo se pueden hacer en zonas liberadas. Con tanta cámara y tanto vidrio que hoy tienen los bancos, si la policía no llega es porque alguien interviene para que no lo haga”.

Sólo hay dos palabras, dos ideas que, en el fluir discursivo de Larrosa, tienen un valor absoluto, sin matices ni adornos: el respeto y la libertad, dos valores que constituyen, en su conjunto, el norte y la brújula. Pero es imposible dejar de tener en cuenta que la publicación de un libro como éste conlleva mucho riesgo en tiempos en que muchos reclamos apuntan a la inseguridad, a tal punto que esas mismas voces desbarrancan, a menudo, en pedidos fascistas y, aparentemente, ya superados, como la pena de muerte.

“La editorial, más que nada, se está jugando mucho porque esta historia fue contada desde la vereda de enfrente, digamos, a la de Blumberg. Pero tampoco hago una apología del delito ni pretendo crear superhéroes, simplemente muestro sus virtudes y sus defectos, aunque destacando una gran virtud que es la de saber escuchar: yo te aseguro que puede haber mucho más respeto entre dos delincuentes que entre un alumno y una maestra, porque al otro día, inclusive, puede aparecer el padre o la madre en la escuela para insultarla o pegarle”, explica Larrosa.

CODIGOS DE BARRAS

Entre todas las enseñanzas que va recibiendo el Zurdo en esa especie de educación sentimental alternativa que cuenta Postales tumberas hay una que condensa el valor de los códigos: apenas vuelve a la calle, el Zurdo sale a caminar junto a su experimentado amigo el Negro. Desesperado por el hambre, el Zurdo ve a un muchacho con pinta de laburante y le pide todo lo que tiene. Basta una mirada del Negro y la frase “Devolvele todo” para que el Zurdo efectivamente le devuelva las cosas luego de pedirle disculpas y grabarse a fuego aquello de que no hay que robarles a los laburantes ni a los viejos ni a los pibes.

¿Cambiaron, como tanto se oye decir, los códigos de los delincuentes?

–Yo creo que sí, sobre todo porque hubo cambios en toda la sociedad. Igualmente los códigos, que no son otra cosa que el respeto, siguen vigentes entre quienes, como sucede con algunas bandas de piratas del asfalto, aún hoy aportan dinero para donar a hospitales de niños. Ese respeto era algo muy instaurado entre los chorros de antes, y el respeto entre delincuentes también se traslada a los hijos. Vos fijate que hay muy pocos delincuentes cuyos hijos también lo sean porque hacen todo lo posible para que no pasen el frío y el hambre que ellos mismos sufrieron. También en la policía existía, antiguamente, una lealtad hacia el enemigo: si te entregabas no te iban a matar, como sí empezó a suceder a partir de la década del ’80, que es el momento en que surgen las superbandas, justamente como consecuencia de la pérdida de códigos en la relación entre policías y ladrones.

¿Ya no hay más superbandas?

–No, ahora son otra cosa, ya no abundan esos grupos de gente en los que todos eran capaces de pensar y nunca, nunca robaban gallineros sino la empresa avícola, el lugar donde estaba la plata, el banco. No los impulsaba la triste necesidad de conseguir un poco de droga. Y, si bien insisto en que no quiero hacer de ellos héroes, hoy es común que los pibes salgan al tun tun y maten a uno al voleo. Eso es inseguridad, pero no hay que olvidarse de que la inseguridad viene de la falta de prevención y de educación. Si los caballos pensaran no existiría la equitación, es simple.

¿Y cómo se manifestaron esos cambios en las cárceles?

–Si bien no sucede en todos los casos, hoy hay penales que están muy cachivaches porque ahora, a veces, las armas son usadas por los presos para matarse entre sí; antes una faca servía para fugarse, para ganar la calle; hay muchas muertes en los penales que nadie registra. Algunos dicen que también pasaba en los ’60 y ’70. Sí, puede ser, pero el hecho de que ahora siga pasando significa que no existen políticas capaces de contrarrestar eso. Es decir, a los presos hay que enseñarles a pescar, no subsidiarlos.

¿Qué otros cambios notás que hubo en la policía?

–Yo creo que la policía, a partir del año ‘76, al volverse un instrumento más del gobierno de facto (hablo, sobre todo, de la Bonaerense de Ramón Camps) descubrió un nicho que todavía hoy sigue ocupando, un nicho que le aseguró tantos privilegios y tanta impunidad que, una vez que volvió la democracia, nadie pudo frenarla. Nuestro problema como sociedad es que siempre criticamos a la policía pero nunca dijimos qué tipo de policía queremos ni tampoco nadie nos pudo decir qué tipo de policía necesitamos. Pero no puede ser que siga pasando eso de que un policía borracho le pegue un tiro a un nigeriano sólo por racista. No hay dudas de que la policía de hoy es la misma policía de antes. El problema es que Macri, que ahora tiene el síndrome de Estocolmo, se pone hablar de nueva policía y su ejemplo es el Fino Palacios. Me parece que tendría que reverse bien aquello de que un tipo como ése pueda formar la nueva policía; en todo caso el Gordo Valor podría ser un muy buen jefe de seguridad y el Cacho la Garza mucho más todavía. Ahí no se escapa un preso más porque se las conocen todas...

¿Y las causas por las que hoy alguien queda preso son las mismas que antes?

–Lo que se mantiene es que sigue cayendo el pobre. Otra presa fácil son ahora los pibitos de 18 años que hacen bardo porque están dados vuelta. Lo que sí debería cambiar es el caso de los vendedores de paco, porque caen presos pero salen enseguida. El tema es que piden peritaje técnico y, como lo que venden no tiene droga ilícita –venden amoníaco y solvente más que nada, pero el tema es que todo eso entra en el organismo a más de 72 grados de temperatura, en forma gaseosa, y te revienta el cerebro–, el delito no aparece legislado y siempre zafan. Creo que ahí debería funcionar algo así como la figura de la estafa, porque lo que hacen no es venderte droga sino un preparado cualquiera, carne picada de perro. Lo cierto es que si vos querés cambiar el tipo de preso tenés que cambiar el tipo de policía.

¿Cómo te parece que se trata el tema cárcel en la televisión?

–Tumberos tenía demasiada ficción. El personaje ese del poronga que vivía con un travesti me parecía, por ejemplo, muy fuera de época, porque ahora existe la visita higiénica y el preso tiene su familia y suele ser muy fiel a ella. También me parecía muy violento eso de los presos matando presos: eso pasa, sí, pero casi siempre por los bártulos que les hacen perder la conciencia de la realidad y en Tumberos no había bártulos (la medicación que provee el Servicio Penitenciario). Después se van al carajo con lo de las brujerías y eso de que los presos salían y no sabían cómo caminar por la calle: al preso le puede quedar el paso del preso pero aunque hayan hecho un edificio nuevo siempre va a recordar el camino.

¿Y el programa Cárceles?

–Me parece que están bien hechas las preguntas pero a veces encuentro problemas en la gente que seleccionan para hablar: el otro día mostraban cómo uno le limpiaba las botas a un guardiacárceles y el tipo decía: “Lo hago porque me hacen sentir bien acá”. Ese tipo perdió la brújula, se olvidó de que está preso.

EL BOCHO DE LA ZURDA

Si bien Jorge Larrosa, que tiene una amplia experiencia como letrista de Andrés Calamaro (“Nos volveremos a ver”, “La ranchada de los paraguayos”, “Mancada en la Pampa”, por poner algunos ejemplos), hace una distinción tajante entre las canciones y los libros –“escribir una canción es poner en práctica el poder de síntesis, escribir un libro es poner en práctica una descripción total”– las conexiones entre ambas prácticas existen no sólo porque Postales tumberas desarrolla exhaustivamente la temática de la mayoría de sus canciones sino también porque su propio origen está muy ligado a una canción: “Cuando hago ‘El bocho de la zurda’, consigo el teléfono de la persona a la cual me refiero en la canción (uno de los creadores de las superbandas, alguien de códigos antiguos) y le cuento que Calamaro está por grabar la letra. Nos reunimos los tres en casa de Andrés, y un tipo duro y profesional como el bocho de la zurda agacha la cabeza, se emociona. Después llega el Bahiano y, de repente, él le dice: ‘Muchas gracias por lo que hizo por el karateca Medina’. El Bahiano ni siquiera sabía quién le estaba hablando. Eso es el respeto, agradecimiento. A partir de eso, un día Andrés me tira la idea del libro y justo yo venía muy empapado con el tema de la fuga. Entonces, entre 2002 y 2003, escribo todo el libro pero se me jode el disco rígido y lo pierdo. Decí que, por suerte, me quedó todo en la cabeza. Vuelvo a escribir una parte y se lo doy a leer a Adolfo Aristarain, que me dice: ‘Qué bien que pinta, cuando esté terminado, dámelo’. Eso fue un gran estímulo”, cuenta agradecido Larrosa, una de las patas de ese trípode que, junto a Andrés Calamaro y el Cuino Scornik, componen los poetas de la zurda, el Movimiento Literario No Intelectual que tuvo su auge en la época de Deep Camboya y que, alguna vez, el propio Calamaro definió como “pensamiento en movimiento”. Si bien Larrosa dice que, ahora mismo, las responsabilidades de los tres no les permiten tener el tiempo necesario para pasar una nueva temporada en plan bacanal –“en una semana podían salir un montón de canciones, algunas buenas, algunas superbuenas y otras escuchables; había momentos que escribíamos diez canciones, yo entregaba mi letra a la mañana y Andrés, a la noche, me llamaba para decirme que ya tenía la música”–, todavía guarda el deseo de que, alguna vez, los tres juntos puedan escribir y firmar una canción, además de estar trabajando en un libro con anécdotas referidas a cómo nace el grupo en cuestión, “con algunas situaciones cómicas, otras duras, otras blandas, otras tristes, de personas que ya no están por razones de causa mayor o por razones de causa menor”, como él mismo cuenta.

¿Qué significó para vos el trabajo de los poetas de la zurda?

–Andrés tiene la facilidad para cantarle a la mujer, cosa de la cual yo carezco, Cuino es muy político y yo soy más social. Andrés puede cantarle a cualquier cosa, es un gran intérprete. Un día estaba con el Indio y le dice: “Qué bien canta Jorge”. “¿Lo escuchaste cantar?” “¿Pero no canta él en ‘Mancada en La Pampa’?” “No, soy yo” “Uh, cantás como uruguayo” Calamaro sabe interiorizarse en la letra y eso también es respeto. Para mí Calamaro es más que nada un buen ñeri, tiene las cualidades del ñeri: lealtad, no amura, siempre está. Yo del Cuino aprendí mucho cómo sintetizar y cómo jugar con las palabras. Andrés me enseñó a manejar los tiempos de las canciones, a no respetarlos literariamente. Puede hablar en pasado, presente y futuro y contarlo todo en la misma oración; entonces no tengo porque decir “ayer” ni “hoy”: De un tiempo perdido, a esta parte esta noche ha venido un recuerdo encontrado para quedarse conmigo. De un tiempo lejano, a esta parte ha venido esta noche... Es espectacular ese juego de palabras...

En Postales tumberas también hay un juego con el tiempo, a partir de flashbacks y algunas anécdotas sobre los mismos presos que cortan el hilo de la historia, y agregan misterio a lo que contás...

–Puede ser, el desorden comunicacional es propio de mí, por eso no sé si algún día podré describir algo en tiempo y forma, siempre lo hago fuera de tiempo y de forma. Cuento algo, me acuerdo de otra cosa y lo agrego porque me sirve para pintar mejor la situación de lo que estoy diciendo. Así, lo otro, que es secundario, pasa a ser principal, pero después lo saco y vuelve a ser secundario. Yo creo que Corona hace algo parecido con los chistes, “ahora me acordé de una cosa”; se va y vuelve.

También se nota en el libro una influencia de tu trabajo como fotógrafo. Como si aquello de las postales tuviera que ver con inmortalizar ciertos instantes, llenándolos de olores, sensaciones y reflexiones de acuerdo con diversos ángulos, como cuando por culpa del paria se cae la palomita retrasando el plan de la fuga.

–El título que quedó lo puso Calamaro; también barajamos Códigos rotos y Tierra de tigres. Quizá Postales tumberas sea un título muy cumbia villera pero es verdad que lo que hago es mostrar postales de la muerte en vida, de las tumbas de la vida. Los fotógrafos tenemos una mirada a partir de la cual hacemos un rectángulo de lo que observamos, con varios planos. Nosotros marcamos en nueve cuadros la zona áurea que, en un relato, vendría a ser lo más importante de lo que se cuenta. En la fotografía la zona áurea, que puede ser, por ejemplo, un rojo o un amarillo, es como el punto más alto del pentagrama. Yo soy un observador con indiferencia porque las cosas me quedan grabadas aunque, aparentemente, no les esté prestando atención.

Para terminar, ¿qué les dirías a los que piden la pena de muerte?

–Además de que hubo mucha gente que estuvo diez años presa por nada, por un error de la policía o de la Justicia, yo pienso que entre estar preso en una cárcel o internado en el Borda no hay mucha diferencia porque la cárcel también enloquece, si no fijate el caso de Robledo Puch. Está mal el concepto de “muerto el perro se acabó la rabia” porque siempre van a quedar 10.000 perros y una perra preñada. El tema es buscarle al perro un lugar, educarlo. Es interesante que la gente sepa que cuando se pide pena de muerte no se está solucionando nada. La perpetua en este tipo de cárceles es ya una pena de muerte, entonces para qué pedimos la pena de muerte si ya la tenemos. Por otro lado, el sufrimiento es una forma de pagar el delito cometido y está bien, pero el problema surge cuando el preso sale a la calle y sigue pagándolo... En definitiva, hablar de la cárcel es hablar de nuestra sociedad.
Por Juan Pablo Bertazza

Postales tumberas
Jorge Larrosa
Prólogo de Andrés Calamaro
248 páginas

Aguilar
FUENTE http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5466-2009-08-03.html

Poemas de Alfredo Zitarrosa


1

Del nacer al morir
hay sólo un paso
en el que es cruel, amor, dudarte.

Vaso vacilante  que puede derramarse
ataúdes  no abiertos 
en lo que hay muertos que jadean.

Soy tosco aún,
todavía el recuerdo me paraliza .


2

He salido de mi tumba
y de otra tumba  un muerto 
se me incorporó 
y somos uno.

He sido sangre, agua, cuerpo.

Y no bien nacido 
he increpado a mi madre.


DIÁLOGOS CON MI SEÑOR

¿Cómo engañar al que nos ama
señor?
¿Qué me falta 
qué  que no te dí
me separa de él 
me separa de tí?



1

Buenas  noches señor.
Heme a tus pies 
después de haber recorrido todo ese mar.

Sé que me mirabas y me acompañabas 
atrayéndome a tu seno.
Nada pudo destruirme 
y yo, que me creía frágil,
miro tu puro espíritu 
no advierto en ti las huellas del esfuerzo 
y me he mantenido joven 
sigo siendo ágil y veloz como salí de tí.

¿Qué podía yo decir a los que me amaron?
¿qué parábolas podía pronunciar 
entre tantos caídos?
Tú inspirabas esas dulces miradas 
con que me recibían  
para llegar hasta tí 
yo soportaba mi nostalgia de haber estado 
mi voz era suavísima                en ciernes 
y arrobados 
me escuchaban hablarles profundamente,
más allá de ellos,
que entonces se reconocían, señor.

¿Qué que no me dabas, en cambio,
qué yo te negaba para olvidarte 
me darás,
ahora que te toco?



4

En tales altos templos
donde tú, casi tocando el techo
me vigilas
desde la sombra.
Aquí, tú mismo,
entiéndeme,
has metido un traidor

No debiste confesarme en voz baja 
ofrecerme la salvación 
decirme que me amas 
sin dejarme mirarte 
y luego -mano suave la tuya-
nuevamente soltarme en ese mar,
y tú sabías 
que como un pájaro
hecho a tu dulce compañía 
volvería yo
y en la orilla temblando
nuevamente te esperaría.


Del libro SONRÍE MUERTE de Alfredo Zitarrosa

Link en tienda:
http://www.ayconstanza.com/literatura-latinoamericana/sonrie-muerte-de-alfredo-zitarrosa/

PORQUE es la primera vez que se publica un libro de poemas de Zitarrosa, y muestra una faceta diferente del autor de canciones. Seleccionado por él mismo, incluye lo fundamental de Explicaciones, el poemario con el que obtuvo el premio Municipal en 1959, y que había permanecido hasta ahora inédito. Escrito por un Zitarrosa de veinte años, el libro permite calibrar el genuino talento poético de quien se convertiría luego en el mayor cantor popular uruguayo. 

Infancia tucumana de Mercedes Sosa, La Negra

Del libro Mercedes Sosa / La Negra
(Editorial Sudamericana, 2003.)

 A la venta en www.ayconstanza.com 
   
 
(Fragmentos) 
Infancia tucumana. El papá, la mamá. 
Mi mamá dice que mi papá se olvidó mi nombre adrede cuando me fue a inscribir al Registro Civil. Y me puso Haydeé Mercedes en vez de Marta Mercedes. Mi mamá quería que de primer nombre yo me llamara Marta. Así, sin hache, Marta. Claro, como es lógico, en mi casa mandaba mi papá, pero claro, como es lógico, siempre se terminaba haciendo lo que quería mi mamá. Y entonces todos desde que me recuerdo me vienen llamando Marta. Soy la Marta y me gusta mucho más ser la Marta que Mercedes Sosa. Esto nadie me lo cree, pero es así.
Con el asunto del nombre me libré de una buena: mi mamá también anduvo pensando en ponerme Julia Argentina, porque nací un 9 de julio, el día de la Independencia, cerquita de la casa histórica de Tucumán. Hubiera sido una exageración. Se imaginan a los presentadores del mundo diciendo: Y aquí... ¡Julia Argentina Sosa, de Argentina! Otra exageración dentro de una vida en tantos sentidos marcada por hechos exagerados, no queridos ni siquiera soñados... ¡Julia Argentina Sosa, de Argentina! Madre mía. Qué lío con esto de los nombres. También me anduve llamando Gladys Osorio, cuando casi adolescente empecé a cantar delante de los micrófonos de una radio. Al final, la cosas puertas adentro son como las madres quieren y puertas afuera son como la gente manda. En mi casa definitivamente soy la Marta. Para la gente definitivamente soy la Negra.
Otro que tuvo su historia con el nombre fue mi papá. Se llamaba Ernesto Quiterio, menos mal que le decían Tucho. En la escuela siempre tuve que soportar la misma pregunta de las maestras: ¿Quiterio? ¿Pero por qué Quiterio? Yo le preguntaba a mí papá y él no sabía. Al final resolví que como en su familia tuvieron tantos hijos, qué se yo, once creo, ya no sabían qué nombre ponerles... Podría haber sido Criterio. Y... ja ja... hubiera sido una falta de criterio, ¿no?
Una parte de mis raíces provienen de Santiago del Estero, tierra de gente nacida para ser buena. Por parte de mi papá los abuelos se casaron muy jovencitos. Ni 15 años tenía mi abuela, cuando ya había parido su primer hijo. A ellos los hijos les venían uno detrás del otro, sin miramientos, no importaba la pobreza. Y todos nacían en las casas. Y llegado el momento el padre le decía a su mujer casi niña: Deje de jugar y ponga a hervir agua en una olla. Yo voy a buscar a la comadrona. Y así vinieron mi padre y los otros tíos, tío Mauro, tía Rosario... Se nacía sin tanta historia, con las ventanas abiertas; a veces se nacía al sol o con la luna alumbrando.
Por el lado de mi mamá la mano vino con mucho sufrimiento. Con razón ella estuvo la vida entera enojada con su padre, al punto de no querer verlo ni hablarle ni nada. Sí, porque este hombre se casó por el civil y por la iglesia con mi abuela Genoveva y la abandonó cuando estaba gruesa de mi mamá. Una crueldad. Este abuelo se llamaba Miguel, Miguel Girón y se fue para siempre a Santa Fe, a Tostado. Mi abuela en cuanto pudo partió a buscarlo y lo encontró y ahí estuvieron juntos una semana. Mi abuela se habrá ilusionado. Pero él la convenció con martingalas para que se volviera Tucumán: la mandó engañada, prometiéndole que pronto iría a buscarla. Mintió: nunca más volvió. Pobre mi abuela, tan jovencita y abandonada. ¿Por qué harán estas cosas los hombres? Bueno, los hombres y... a veces las mujeres. El caso es que mi abuela Genoveva se volvió a Tucumán con la ilusión y con algo más, con la semilla de mi tía María Ángela en su vientre. Quedó preñada en esa semana de falsas ilusiones y engaños.
Razones para el odio no le faltaron a mi madre. Ella le escribió varias veces a su padre y nunca tuvo contestación. Yo también le escribí varias veces, y tampoco. Hasta que hubo una última carta que sí fue respondida, pero no por mi abuelo, sino por el comisario del pueblo. Le decía a mi mamá redondamente: Mire señora, el señor Miguel Girón reconoce que es su papá, pero no quiere saber más nada de usted. No quiere que le escriba más y no quiere verla tampoco. Es cosa de no creer, pero hay tantos hombres que por propia voluntad se les desaparecen a sus hijos. Con los años yo y mi hijo Fabián padecimos un dolor parecido.
Pero la vida tiene sus vueltas. No todo tiene que ser sufrimiento... Mi abuelo Girón armó otra familia en Tostado, tuvo más hijas, hijas desconocidas para nosotros. Y como el mundo no es chico sino chiquito, pasó esto: en el año 80 yo estaba de gira en Israel. Una noche viene una mujer y me dice: Me llamo Rivska, yo soy tu tía, vivo en Jaifa. Yo dije esto es una joda, qué está pasando acá. Ella me dijo: Vos sos Marta. ¿Acaso no tenés en Santa Fe un abuelo que se llama Miguel Girón? Ahí me desayuné y me di cuenta que la mano venía en serio. Yo no sabía que tenía una tía en Israel. Al rato me enteró de eso y de otras hermanas más, todas hijas del segundo matrimonio de mi abuelo. Dos años antes de la muerte de mi mamá, vino a la Argentina su media hermana de Israel, se juntó con las otras dos medias hermanas y se fueron a conocer a mi mamá en su casa de Tucumán. ¡Lo que fue eso!: allí estuvieron las cuatro juntas, felices como criaturas, haciéndose bromas, contándose sus vidas, cocinando, comiendo, jugando a la lotería, viviendo en un puñadito de días lo que el padre ingrato y abandonador no les había permitido vivir en 70 años.            
Para que la felicidad fuera completa después la llevé a mi mamá a Israel. Y allí otra vez se abrazaban y lloraban y reían como chicos, esas hermanas tantos años distanciadas. Allí también conocí a una prima. Que era prima mía es indudable: se larga a cantar y canta como yo, canta bien, se peina y se pone los anteojos como yo y toca el bombo y tiene un éxito bárbaro. Ella tiene dos nietitos que la acompañan, uno toca el charango y el otro el bombo.
Sí, muy chiquito es el mundo. La maldad de Miguel Girón no pudo deshacer el vínculo de esas hijas que no se conocían. Tía Rivska me contó que no era un buen tipo este viejo; también la hizo sufrir mucho a su madre. Será porque él, después de todo, tenía ese oscuro secreto fermentando muy adentro de su alma: el haber abandonado dos veces y estando gruesa a mi abuela Genoveva. Por suerte ella encontró a un hombre bueno, mi abuelo Florentino, y vivió con él hasta que los dos murieron de viejitos. La muerte siempre es odiosa, pero recibida así, juntitos, vaya y pase, es otra cosa.
(
–Mercedes, antes de cambiar de tema, supongamos: aquí, ahora, tenés a tu abuelo Miguel Girón. ¿Qué le decís?
–Que se vaya a la mismísima... No no no, no le digo eso. Mi mamá nos ha enseñado a respetar a los mayores. Me daría un sopapo si completo la frase.
–No le decís eso, ¿qué le decís en cambio?
–Le digo que abandonar a una mujer estando gruesa de un hijo, ¡eso no se hace!... Aunque no, tampoco eso le digo. Mejor le pregunto ¿cómo es posible hacer algo así? ¿cómo es posible dormir, comer y vivir soltando para siempre a una hija y a otra hija? 
)
La de mi papá y mi mamá es una historia de amor para siempre. Sí, ya sé, parezco pavota; todos dicen que es imposible el amor para siempre. Yo digo que es imposible, sí, pero deja de ser imposible cuando entre el hombre y la mujer hay amor. Mi papá y mamá nunca se aburrieron de quererse, nunca. Y eso yo y mis hermanos y mi Fabián lo vimos.
No sé bien cómo se conocieron mi papá y mi mamá... o sí sé, me lo contaron un día, mientras tomábamos mate, después de dormir la siesta. Ellos estaban en un velorio de angelito y en los velorios de angelito del norte se juega el juego del botón, se canta, todo es muy ingenuo. En el juego del botón están todos sentados con los puños cerrados y hay alguien que tiene el botón en la mano. Uno tiene que adivinar. Muy ingenuo pero hasta cierto punto, porque se trata de mirar a los ojos, de semblantear... Mi papá fue mirando las caras y al llegar a mi madre dijo muy respetuoso: La señorita tiene el botón. Mi madre lo tenía. Ahí empezó todo. Mi mamá era señorita, pero ya tenía una hija de soltera, se llamaba Clara Rosa Girón, siete años me llevaba a mí. Mi abuela Genoveva, acostumbraba a criar hijos de padres que no se hacían cargo, la criaba a Clara Rosa, la Chocha le decíamos.
Para mi madre tener esa hija fue algo muy fuerte. Era una mujer brava, de agallas, inteligente aunque casi sin libros. Estamos hablando de una madre soltera del año 1928... Indudablemente mi mamá sin saberlo era una feminista, una adelantada, como lo fue Alfonsina Storni. Hoy cualquier chica soltera tiene un hijo, en aquellos años era una cruz y un estigma. Pero el caso es que la señorita Ema Girón quiso que su hija se llamara Clara Rosa Girón. Y salió adelante porque se encontró con mi padre, un hombre muy bueno, muy respetuoso, nada que ver con esos atorrantes renegados, sin corazón. Mi papá con los años quiso darle su apellido a Clara Rosa y mi mamá lo agradeció, pero no lo aceptó: No, Tucho, porque vos no sos el padre de la Chocha.
El matrimonio de mis padres resultó muy sólido porque se ayudaron los dos y vivieron todo parejamente, los dos trabajaban afuera y adentro de la casa. Mi madre no era la mujer que sólo sirve para preñarse, sacar hijos y ser una sirvienta. En todo estaba a la par. 
Del amor de mis padres nacieron cuatro hijos, el primero se murió al año de no se qué enfermedad... ¿Miguelito se llamaba? Sí mi mamá estuviera cerca me lo diría. Ella no está pero sí está mi hermano Cacho, que es el más chico... ¡Cachoooo! Vení. Contá. Pero presentáte antes. ¿Cómo era que se llamaba ese hermanito que se murió antes que yo naciera?
CACHO: Me llamo Fernando del Valle Sosa, me dicen Cacho, nací el 24 del 3 del 40, cinco años después que la Marta. Soy el menor. El hermanito que se murió no se cómo se llamaba, pero le decían Coquito. Vivió sólo 7 meses y la mamá ya estaba de encargue de la Marta, que nació al año siguiente, en el 35. Nuestro hermanito ha muerto por los calores; al tener desarreglo de vientre se ha deshidratado. Ha tenido una colitis, una diarrea hasta secarse. En aquel tiempo en el norte morían mucho chicos así. Bueno, en aquel tiempo y ahora ni hablar. Cuando ha pasado lo de Coquito nosotros vivíamos en Pasaje San Roque 344, que era la casa de los abuelos paternos, Miguel Sosa y Mercedes Ruiz. Por ella a la Marta le pusieron también Mercedes. Estos abuelos venían de Matarás, una parte muy salavinera de Santiago de Estero, al este. En la casa de ellos hemos vivido hasta julio del 52. Mercedes tenía 17 años entonces. Nuestro abuelo Miguel primero ha trabajado en una finca llamada Paraíso y después en la compañía de electricidad cuando se instala en la ciudad. Aquella casa era modesta, pero al menos casa era. Tenía un patio enorme con un árbol grandísimo que nos daba mucha sombra en tremendos veranos muy secos. Entonces no llovía casi nunca. El árbol era una morera, por ese árbol tan bueno con su sombra podíamos haber muerto, pero gracias a él tuvimos por fin nuestra casita propia.
–Dale, Cacho, seguí contando que vos tenés memoria para esas cosas.
CACHO: Fue a principios del 51, en pleno verano y han venido esos vientos que les llaman tornados, vientos tremendos con remolinos. Tal ha sido el viento que ha arrancado la morera de cuajo. Estábamos todo ahí cuando se corta la luz y la morera cae sobre una parte de la casa. Todos en la oscuridad empezamos a nombrarnos, eran como las doce de la noche. Todos nos llamábamos a los gritos, desesperados, pero había uno que no contestaba, mi hermano Chichí. Ha pasado esto: cuando Chichí ve que la morera cruje y se inclina, él atina a tirarse adentro de una habitación cerrando la puerta. Y allí queda prisionero. Al ver que el Chichí nos faltaba mi mamá y Mercedes se han puesto a llorar desconsoladas. Pasó un rato, empezamos a apartar ramas, llegamos a la pieza que estaba semiderrumbada y aparece el Chichí y bueno, se había salvado. Después de esto, gracias a la morera, la Marta ha empezado a diligenciar la casa de Barrio Jardín. Tenía la Marta entonces 16 años y ya cantaba y era apreciada por eso en el partido Peronista. Pensar que la Marta aquella vez también pudo morir aplastada por la morera. Y ya no hubiera cantado más y no hubiera sido famosa y no hubiera actuado ni en el Colón ni en Nueva York ni en Japón ni en el Vaticano ni en Israel.   

–Sí, ahora recuerdo lo de la morera. Cuando gritábamos en la oscuridad y el Chichí no contestaba pensamos lo peor. Pero cuando lo vimos sano y salvo todos nos abrazamos y  seguimos llorando, pero de alegría. Qué cosa, a veces de un segundo para otro las mismas lágrimas que eran de espanto son de felicidad... Pero Cacho, sabés una cosa, al final te olvidaste lo más gracioso... Cómo la casa quedó medio sepultada por lo morera hubo que llamar a los bomberos.Aquel fin del mundo duró no más de media, de pronto el cielo se despejó y aparecieron muy intensas las estrellas... Y enseguida cayeron los bomberos, reacomodaron todo con chapas: la casa quedó como un campamento de indios. Había una larga escalera. No vayan a subir al techo porque es muy peligroso. Lo primero que nos dijeron es lo primero que desobedecimos: ¿Te acordás, Cacho? Subió el Chichí y enseguida yo. Cuando nos dijeron que bajáramos el Chichí, que se veía todas las películas de Trazan, gritó ¡Yo soy Tarzán! Y se tiró. Cayó y quedó como muerto. Llamamos a la asistencia pública y Tarzán se despertó.

Voy y vengo, me adelanto demasiado con mis recuerdos. Tengo que retroceder, a ver si me ordeno... A los pocos meses de la muerte de mi hermanito, nací yo, justamente un 9 de Julio. A eso de las seis de la mañana vinieron los cañonazos celebratorios y mi mamá dijo: Parece que esta chica va a ser algo grande. Ella lo presintió, pero sin ambición. Porque para ella “ser algo grande” significaba estar lejos de la familia. Yo nunca lo imagine y nunca lo quise. Ya sé que no me creen, pero lo dije y lo diré hasta que me crean. Porque esa es la verdad. Hablando de los 9 de julio, mi mamá nos despertaba con chocolate, ese era el único lujo que nos podías dar. Recuerdo conmovida el sacrificio que significaba para mi papá comprar por única vez un kilo de masas para celebrar a la noche la fecha patria y de paso mi cumpleaños. No imaginaba entonces que años después iba a celebrar mi cumpleaños en Polonia, porque estaba en gira Los Trovadores y el ballet de Néstor Pérez Fernández. 
        ( … )

Adiós. Hasta mañana
–Mercedes, a este viaje que empezó en el fondo de tus días le quedan unas pocas páginas más. A esta altura de tu relato, ¿qué sentís?
–Siendo una mezcla muy extraña: cansancio, mucho remover momentos terribles y reencontrarme con los seres queridos ausentes... Siento que la soledad es mi enemiga, pero tal vez tenga que aprender a ser amiga de mi enemiga... Siento también algo que no sé cómo llamarlo, algo que está muy adentro mío, muy en el fondo de mi corazón... algo que no sé si llamar alegría...
–¿Alegría por qué?
–Alegría porque estoy viva y he aprendido a oler cuando respiro y a ver cuando miro.
–¿Hay alguna otra razón para ese fondo de alegría?
–Sí, creo que siento alegría porque tengo ganas de vivir.
–¿En que notás tus ganas de vivir?
–En que me viene una cosa linda en el pecho porque tengo ganas de que llegue la noche para escuchar nuevos temas hasta descubrir una nueva canción hermosa que aprenderé a cantar como si fuera la primera.
–¿Hay alguna otra cosa que explique esta alegría tuya de ahora?
–Sí, mañana viene mi profesora de vocalización. Tengo clase. Pienso en eso y tengo ganas de estudiar. Eso me da alegría.
–¿Cómo te ves a los 70 años de edad?
–No falta tanto, tengo 67... Me veo cantando y estudiando.
–¿Te imaginás viva a los 80?
–Uno nunca sabe, con los aviones y esas cosas, pero seguro que me imagino viva. Voy a tratar copiarla a mi mamá: ella se acercó bastante a los 90.
–¿Te imaginás a los 80 cantando?
–Sí sí sí. Me imagino cantando. Y cantando bien. 
)
Me pide el preguntón, como condición para terminar este relato, que cierre los ojos. Que los cierre sin hacer trampa y que cuente los momentos, las imágenes que sin pensarlo me surgen espontáneamente en este minuto. Hago caso porque cuando soy obediente soy muy obediente. Ya estoy cerrando los ojos y veo...
Madre mía, me veo otra vez en aquel avión de Panam... Veníamos con Pocho de actuar en Caracas. Cuando estábamos sobre Paraguay la señorita azafata anunció: La temperatura en Buenos Aires es de 25 grados, el tiempo es muy bueno, no hay nubes a la vista, pero tenemos que comunicarles que hemos tenido una pérdida en el líquido de frenos. Tendremos un aterrizaje de emergencia. Hay un ochenta por ciento de posibilidades de que nos salvemos. Eso dijo, muy claramente. A continuación nos pidió que nos sacáramos los zapatos. Al rato otra vez la voz: Pueden ponerse los zapatos de nuevo... A los quince minutos sáquense los zapatos... Se notaba que la azafata se estaba poniendo un poquito loca. Yo iba con Pocho y con Pepete Bertiz, que estaba muy enfermo. Pensé: Y bueno, esto es la muerte. Al llegar a Ezeiza yo miraba por la ventanilla y veía los bomberos y las ambulancias allá abajo... Y sabía que allá abajo estaban esperándonos mi mamá, mi papá, Fabián, Gustavo. Eso es lo que más me desesperaba, ellos iban a ver un desastre. Pero no pasó nada. El avión hizo pung. Recorrió unos metros y paró. Todos estábamos en silencio. Yo pedí por favor pasar al baño a orinar. Qué alivio cuando lo hice. Bajamos corriendo y después cuando nos abrazamos con mi papá, con mi mamá y con los chicos nuestros llantos se mezclaban; nos abrazábamos hasta hacernos doler. Qué terrible y qué lindo que fue.
Sigo con los ojos cerrados... Estoy en Holanda. Hay una señora amiga embarazada. Todavía no sabe si tendrá nena o si tendrá varón. Yo le digo que haré la prueba infalible que hacía hace muchos años mi mamá. Se juntan dos sillas. Sin que lo vea la embarazada, en una se pone un cuchillo y en la otra un tenedor. Encima de cada una, tapando, un cojín. La embarazada no sabe dónde está el cuchillo y dónde el tenedor. Le pido que elija una de las dos sillas. Ella elige la del cuchillo. Será varón, le digo. Y fue varón nomás. Esas cosas no fallan.
Ahora veo a mi papá... está alimentando con troncos la boca del horno del ingenio. Es insoportable el calor. Estoy mirándolo con mi hermano Chichí, hemos llegado por un túnel con una zorrita... Mi papá trabaja en silencio, sin camisa, veo su espalda doblada, pobrecito... Nos volvemos sin hacer ruido, mi papá no me tiene que ver llorar...
Veo a mi mamá haciendo una camisa nueva con una camisa vieja. Se la está probando a mi hermano Cacho... Quedáte quieto mientras te la mido. Quedáte quieto, Cacho, te he dicho. No me hagás renegar.
Veo a mi tío Villa, el único antecedente artístico que hubo en mi familia. Ha llegado mi tío de un viaje integrando como bailarín el ballet que acompañaba a Carlos Gardel por Europa. Mi mamá lo recibe con unas sopaipillas y unos mates. Mi tío saca un pequeño estuche color bordó,  adentro tiene unos aritos. Regalo para mi mamá.
Veo en una vereda... ¿de Ramos Mejía era?.. a un hombre que se desvanece... Lo sientan en un escalón, de dan aire, lo reaniman, después la gente le entrega monedas, billetes... El hombre desesperado dice que no que no quiere plata... quiero trabajo, trabajo, dice.
Veo en el diario el título terrible Murió otra bebita en medio del silencio del gobierno tucumano... En la foto, una mujer muy joven pero ya gastada, con un niñito en sus brazos... cuatro kilos pesa la criatura y tiene diez meses... Ella se llama Claudia Elizabeth Carrizo... ¿cuánto hará que en su rostro hubo una risa, una sonrisa al menos?  
Me veo espiando por entre bambalinas la sala repleta del Colón... busco el rostro de mi mamá, el de los chicos y el de mis hermanos en un palco... Allí están todos, con ropa nuevita... Sigo buscando en el palco el rostro de mi papá... ¿Para qué busco si mi papá ya se me murió? Pero qué voy a hacerle, soy cabeza dura, sigo buscándolo...
Ah, mi papá qué bueno que era con mi mamá y que bueno era con nosotros. La única vez que se le ocurrió darme un chirlo yo me pegué en el filo de la mesa... Lo veo llorar... pero papá, no llorés más, yo sé que fue sin querer...
Me veo con Pocho, caminando de la mano por la ciudad, tratando de que el miedo por la amenaza de la Triple A no nos gane. Pocho me dice Vamos, Mercedes, vamos. Que el día está lindo...
Me veo llevando de la mano a mi hijo a la escuela... Fabián, me mira diciéndome sin palabras: qué lastima mamá que la escuela esté tan cerca, el ratito para ir de la mano es tan corto... Tan corto como la vida, mi sufrido Fabián.
Me veo haciendo una escala de cinco horas en el aeropuerto de Brasil, año 1981. No puedo salir del aeropuerto porque la burocracia de la dictadura me anda jodiendo con no sé qué papel... Estoy en la confitería del aeropuerto con Bibi, Olguita, Colacho Brizuela y su mujer, recién casaditos... De pronto aparece Milton Nascimento, viene con una enorme torta para celebrar mi cumpleaños... ¡Qué alegría, madre mía, qué alegría!   
Madre mía... ¿se puede ver la voz de alguien? Yo veo la voz de mi mamá diciéndome Marta, usted está muy pálida. Será que come poco... Mamá, le prometo que me iré menos y que vendré más... Mamá, usted sabe que lo que yo más he querido en la vida es ser como usted... Mamá, yo no elegí cantar para la gente, la vida me eligió a mí, y bueno...
Abro los ojos. Sé muy bien que si me quedo sumida en el pasado le falto el respeto al presente. Y si le falto el respeto al presente le falto el respeto al futuro. Y eso no se hace... Medio en broma medio en serio por ahí anda el epitafio para mi tumba: Nunca fui feliz. Y menos ahora. De todas maneras, el epitafio no va a hacer falta, porque ya lo expresé con pleno uso de mis facultades y ante escribana que ordeno que mi cuerpo muerto sea cremado. ¿Y después? Después la libertad, las cenizas arrojadas sobre el amado Aconquija. Por más que esta vida tenga tantos dolores y desgarramientos y angustias, me sigue gustando la vida. También a mí me va a dar mucha bronca cuando me muera... No debe estar muy lejos el día en el que aparezca un filósofo que escriba un libro con una sola frase. La frase que valdrá por el libro entero será: Verdaderamente la muerte es una mierda. Una mierda para los que se van. Y una mierda para los que se quedan sin los que se van.

Posdata
Alguien, un poeta, amigo del alma, me regaló un sueño. Un sueño que, me asegura él, una de estas noches yo también voy a soñar. El sueño es éste: estoy en un teatro magnífico, parecido al Colón... ya he cantado más de dos horas, entre otras, “Vidala de la soledad”, “Los mareados”, “Cuando tenga la tierra”, una de León, una de Víctor, una de Charly, una de Yupanqui, “María María”, “Canción con todos”... la sala es el Colón, pero tiene cosas de la sala de los premios Nobel de Estocolmo y del Olimpia de París y del Carnigie Hall de Nueva York... Es un teatro muy extraño este, porque después de los palcos y de la plateas se abre como un inmenso anfiteatro y el público que colma la sala se prolonga en una interminable multitud que está a la intemperie bajo un cielo estrellado... Después del final he cantado cinco canciones más, estoy extenuada pero feliz... Los aplausos por poco me voltean, vuelvo a mi camarín, me saco el poncho, me acercan un te con miel, lo bebo lentamente... los aplausos no cesan... decido salir una vez más para el saludo final... Allá voy. La ovación se eleva, llueven los claveles... avanzo hacia la boca del escenario y noto que a cada paso que doy me voy empequeñeciendo, empequeñeciendo... Me detengo, me doy cuenta que sigo vestida igual pero soy una criatura de siete u ocho años... La ovación no se detiene, crece, crece... Unos pasos, unas voces detrás de mí, me doy vuelta y veo que de pronto aparecen desde el fondo del escenario mi papá, mi mamá, mis hermanos, mi hijo Fabián, María y una larga hilera de rostros de gente pobre pero honrada que viene con ropa de trabajo... Todos, con mi papá y mi mamá a la cabeza, pasan a mi lado, siguen, avanzan hasta el mismo borde del escenario y allí, hombro con hombro, apretados, se ubican de cara al público... Ahora la ovación recrudece, es ensordecedora, viene como una inmensa ola desde el fondo de esa multitud... Mientras ellos reciben el más cerrado de los aplausos yo me quedó allí atrás y empiezo a aplaudirlos también... Estoy llorando de alegría, llorando con el llanto de una nena, porque en realidad eso soy ahora: una criatura que no tiene más de siete u ocho años.
Mi amigo poeta dice que a este sueño seguro que una de estas noches también lo voy a soñar yo... Mientras espero que a mi almohada llegue este sueño yo ahora me pongo de pie y mirando hacia afuera por el ventanal de mi casa digo entre mí: Cómo ser de otra manera, si crecí abrigada por esas vidas... De pie estoy y empiezo a aplaudir... ¿A quién? Aplaudo a ésos que nunca subirán a un escenario, a los que viven del trabajo, a los que sueñan sin retorno, a los primordiales... Estoy aplaudiendo, créanme. ¡Ah, cómo los quiero! ¿Por qué tanto amor para mi solo corazón? ¿Por qué a mí?... Los sigo aplaudiendo, me queman las manos. Aplaudan por favor ustedes también. Aplaudamos. Fuente http://rodolfobraceli.com.ar/pagina12.html

La representación de la masculinidad en la ficción latinoamericana

Los estudios de género suelen centrarse en las mujeres y, como consecuencia, han dejado invisibles a los hombres. Este apasionante ensayo revela su protagonismo. El autor estudia la pluralidad de los hombres y la construcción de la masculinidad, sus tensiones e incertidumbres en las novelas latinoamericanas escritas entre 1920 y 1980, algunas canónicas, como Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, São Bernardo de Graciliano Ramos y Jubiaba de Jorge Amado. También incluye en su análisis novelas experimentales de los decenios de 1960 y 1970: Zona sagrada de Carlos Fuentes, Los cachorros, de Mario Vargas Llosa, y Lavoura arcaica de Raduan Nassar, novelas psicológicas de 1980: En jirones, de Luis Zapata y Solitario de amor de Cristina Peri Rossi, así como cuentos de Dalton Trevisan, Rubem Fonseca y Elena Poniatowska.
CONTINUAR LECTURA EN http://www.ayconstanza.com/ensayo/hombres-invisibles-la-representacion-de-la-masculinidad-en-la-ficcion-latinoamericana-1920-1980-de-mark-millington/


Biografía del Paraná de Miguel Albornoz

Biografía del Paraná
de Miguel Albornoz
Elefante Blanco - Argentina - 1997
LIBRO NUEVO

LINK EN TIENDA
http://www.ayconstanza.com/historia-y-politica/biografia-del-parana-de-miguel-albornoz/

Un recorrido fascinante a través de la historia, la geografía y la política de "el río como mar", significado original de la palabra Paraná.

Imponente, caudaloso, vibrante. Nace de la unión de dos grandes ríos en las selvas del Brasil. Recorre más de 2000 km de nuestro territorio. Hacia él llegan numerosos ríos que lo nutren y tiene costas bellísimas. Lo compartimos algunos kilómetros con Paraguay. A su vera se desarrollaron importantes ciudades y es nexo entre poblaciones. Es fuente de vida y nos prodiga su riqueza. Lo navegamos y disfrutamos. ¿Lo conoce?
Miguel Albornoz, diplomático y hombre de letras nacido en Ecuador, le dedica este libro en el que a lo largo de su curso va develando su historia, geografía y sus secretos. Desde los primeros exploradores que veían en él la ruta hacia las fabulosas ciudades del oro y la plata hasta nuestros días, en los que mediante el Tratado de la Cuenca del Plata y la Hidrovía los países buscan un entendimiento en facilidades de comercio, inversiones e integración.

Primer capítulo libro "Mi Ex-novia" de Fabio Fusaro

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"Carlitos"

Carlitos estaba de novio con Magdalena. Pero no eran una pareja más. Eran “la” pareja.
Habían empezado siendo amigos.
Maggie estaba de novia con otro chico, pero la atracción mutua que comenzaron a sentir con Carlitos hizo que luego de engañar a su novio durante un tiempo lo dejara para dar paso a esta nueva e intensa relación.
Ella soltó el primer “te quiero” a lo que él, luego de dudar unos instantes, respondió “yo también”.
Para Carlitos no era fácil decir “te quiero”.  No porque no lo sintiera sino porque sabía que decirlo significaba mostrar todas sus cartas y no estaba seguro si eso le convenía.
Vaya a saber entonces por qué cuestiones del cerebro masculino se dio que fue Carlitos el que tiró el primer “te amo”.
Los “te amo” luego pasaron a ser moneda corriente.
A veces se daba como una especie de ping pong:
-Te amo.
-Te amo.
-Te amo.
-Yo te amo más.
-No...yo te amo más.
-No... yo
-No... yo.
Visto de afuera era patético, pero se ve que a ellos les encantaban esas pelotudeces.
Pasaban los meses y todo era perfecto. No tenían secretos. Estar separados tal vez por unas cortas vacaciones era una tortura que decidieron evitar en las vacaciones siguientes.
Ambos eran celosos, pero intentaban por todos los medios (sobre todo Carlitos) que no haya ningún motivo de dudas en su pareja.
La fecha de casamiento sería un 30 de noviembre. No sabían aún de que año, pero que lindo era saber que un 30 de noviembre se iban a unir legalmente y ante Dios para siempre.
Su primer hijo se llamaría Lucas o Valeria.
Nada superaba el placer de estar juntos. Video, helado y sexo era para ellos el plan perfecto.
Que digo sexo, eso era amor. Verdadero amor.
Maggie un día cambió de carrera. La abogacía no era lo suyo y se pasó a diseño. (Sí... ya sé... pero bueno).
La familia no estaba muy de acuerdo con la decisión, pero Maggie contaba como siempre con el apoyo incondicional de Carlitos.
Comenzó el nuevo año lectivo con mucho entusiasmo. Carlitos la esperaba todas las noches a la salida, como cuando iba a la otra facultad.
-Charlie... no vengas mañana a buscarme.... me lleva Sonia que vive cerca de casa. –dijo Maggie un día.
Para Carlitos no era un sacrificio ir por ella y se lo hizo saber.
-A mí no me molesta esperarte, al contrario. No veo la hora que llegue el momento de verte salir...
-Sabés que pasa amor... que a veces los chicos a la salida de la facu van a tomar algo... y yo siempre parezco una cortada ¿no te enojás?
-No, mi amor... como me voy a enojar.

Todo empezó a cambiar.
Los te quiero de Maggie se espaciaron. Los te amo desaparecieron.
La película, el helado y el sexo quedaron resumidos a “la película y el helado”.
Todo se fue dando lentamente, casi sin que Carlitos se diera cuenta.
Pero bueno... todas las parejas tienen momentos mejores que otros. No había nada de que preocuparse.

Maggie se puso algo más quejosa. Cosas que antes no le molestaban de su novio comenzaron a perturbar la armonía de la pareja.

-¿Otra vez con esa remera? ¿no te la pensás cambiar nunca vos?
-Pero está recién lavada...
-¿Sos sordo?...Yo no digo que esté sucia... digo que es aburrido verte siempre con la misma.
-¿Querés que me la saque, bombón?
-No te hagas el tonto, te estoy hablando en serio.

-Maggie... ¿De qué querés el helado?
-¿Me estás cargando? ¿Después de dos años todavía no sabés de que me gusta el helado? Así es como me tenés en cuenta...
-Bueno mi amor... perdoname.
-Sí, claro... así arreglás todo vos.
Otra vez “Película y helado”... nada más.

El que llamaba siempre ahora era Carlitos. La emoción al atender el teléfono que demostraba Magdalena en otras épocas había desaparecido. Carlitos no se preocupaba por eso. Ella lo amaba. Se casaría un 30 de noviembre. Sus hijos se llamarían Lucas o Valeria...

-Necesito un tiempo. –dijo Maggie con cara de sota de basto.
Carlitos levantó la mirada sin sacar la boca de la pajita del trago sin alcohol que estaba tomando.
-No sé que me pasa... estoy confundida... necesito tiempo para pensar.
A Carlitos se le vino el mundo abajo. Lo que estaba viviendo era...como decirlo... irreal.
Esas cosas les pasaban solo a los demás. Maggie lo amaba. Estaba seguro de eso. Por lo cual verdaderamente debía tratarse de una confusión de parte de ella.
Y era entendible. Sus padres estaban separados, el cambio de carrera seguramente la habría afectado... y él había cometido algunos errores: No era muy detallista, había olvidado el cumpleaños de su suegra, no se cambiaba mucho la remera...era lógico lo de Maggie.

Luego de tratar de convencerla por todos los medios de que ese tiempo no era necesario, que él la apoyaría, la ayudaría y que juntos podían enfrentar mejor los problemas, decidió demostrarle su amor de una manera más directa: “Tomate el tiempo que quieras. Pero sabé que yo voy a estar aquí para lo que necesites. Y no olvides que te amo y que sin vos me muero”.
-No llores, Carlitos. Por favor te lo pido, no me hagas esto más difícil.
-Es que te amo tanto.
-Yo también te amo... sos el hombre de mi vida y sé que sos la persona con la que me quiero casar y tener hijos. Pero ahora necesito estar sola. Entendeme.
Esas palabras lo tranquilizaron. Se secó las lágrimas, pagó como siempre la cuenta y la acompañó a la entrada de la facultad. Ella lo despidió con un dulce beso compasivo en la mejilla y entró triste y lentamente a su clase.

Pasaron dos días. Dos largos por no decir eternos días, sin que Carlitos tuviera noticias de Maggie.
Cuarenta y ocho horas ya era tiempo suficiente. El estaba respetando el tiempo que ella le había pedido pero ya no aguantaba más. La iría a buscar de sorpresa esa noche. Ella seguramente también la estaba pasando muy mal. Se encontrarían, hablarían y seguramente se arreglarían. ¿Para qué extender este sufrimiento?
Si su novia estaba confundida, él la ayudaría a desconfundirse.
Al menos tenía el consuelo de saber que ella lo amaba. Que esta etapa era solo algo transitorio. Y que por supuesto no había terceros en el medio. Eso ni pensarlo.

-¿Qué hacés acá?
La frase lapidaria de Maggie aún le retumba en sus oídos.
-Hola....¿podemos habl...?
-Perdoname... ahora no puedo. Tengo que reunirme por un trabajo práctico.
-¿Te llamo y arreglamos para vernos y hablar?
-Carlitos... te pedí tiempo. ¿Te das cuenta que nunca respetás mis prioridades?

Carlitos se fue con las manos vacías. Pero no se daría por vencido. Si él era el culpable de esta ruptura tenía que demostrarle que podía cambiar, que la quería, que la amaba y que ella podía confiar en él.

Un mensaje de texto en su celular que dijera “te amo más que a mi vida” sería el puntapié inicial. Esa frase era importante para ellos. Era una de las preferidas de ella en las épocas doradas.
“SEND” y a esperar.

Al segundo día de espera ya era hora de intentar otra cosa. Esperarla a la salida de su trabajo con el auto para ofrecerle llevarla a la facultad era una idea brillante. En el camino podrían hablar.
Y así lo hizo. Ella habló todo el camino. Pero por su celular, vaya a saber con que amiga.
El papel de chofer le sentó bastante bien. Al menos estuvo cerca de ella. Cortó la comunicación en la esquina de la facultad. Al detenerse el auto Carlitos solo atinó a expresarle nuevamente su amor y a pedirle que vuelva. Solo que esta vez incluyó las palabras “te lo suplico”.
-Por favor... no vuelvas a hacer esto. Ya te dije que necesito estar sola. No me presiones.

Todavía tenía muchas cartas por jugar. Flores, cartas, pasacalles...
El mes siguiente sería el cumpleaños de ella. Ese día tenía vía libre para llamarla, por supuesto.
Además Maggie tenía cosas de él en su casa. Unas fotos, unos CD´s... si no se las había devuelto era porque no pensaba que la ruptura iba a ser definitiva. Era arriesgado darle el golpe de efecto de pedirle las cosas. A ver si todavía ella le decía “Cómo no, pasá a buscarlas”. Eso sería la muerte.

-No puede ser. ¿Cómo va a estar saliendo con un compañero? Ella quería estar sola... estaba confundida. Además me ama. Si quisiera estar con alguien estaría conmigo. –le dijo Carlitos al imbécil de su amigo que le vino con el chisme.

El teléfono de Maggie sonó a las 2 de la mañana.
-Me dijo Matías que estás saliendo con un compañero...Eso no es cierto ¿verdad?
-Carlitos... son las 2 de la mañana...
-Contestame, nada más...decime que no es cierto y me quedo tranquilo y no te molesto más.
-Carlitos... yo no tengo que darte explicaciones de nada. Y lo que yo haga con Marcelo no son asuntos ni tuyos ni de tu amigo.
-¿Marcelo? ¿Se llama Marcelo? ¿Y desde cuando...?
-tuuu tuuu tuuu tuuu.


Tal vez esta historia te resulte familiar. Posiblemente no en su totalidad pero es muy probable que te sientas identificado en muchas partes.
Y es lógico.
En muchos párrafos pareciera que estoy relatando tu caso ¿o no?
¿Seré adivino?
¿Te habré estado espiando?
No. Nada de eso. Simplemente sucede que todas las mujeres son como Maggie. Y que todos los hombres, aunque nos duela admitirlo, somos medio Carlitos.

Fuente http://fabiofusaro.blogspot.com.ar/


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