miércoles, 11 de abril de 2012

Nueva historia de Mouchette de Georges Bernanos


Nueva historia de Mouchette
por Georges Bernanos
Luis de Caralt - Barcelona - Primera edicion 1952
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El dolor de los hombres es la gran maravilla del universo.
Georges Bernanos




Mouchette aspira a suprimirse. Dostoyevski había descubierto ya que hay en el hombre el apetito de naufragar. Satán, después de habernos tentado y habernos hecho caer, nos abandona en el descubrimiento de la nada que somos y que no nos queda más remedio que amar, tratando de identificarnos con ella. En una palabra, el único pecado es contra el amor; todos los lazos se anudan aquí: el espíritu de las Bienaventuranzas es amor, el pecado de Satán es lo contrario del amor. Quiere que el mundo y el hombre no sean.
Charles Möeller


La obra de Georges Bernanos (1888-1948), ahora lamentablemente olvidada, ha recibido las alabanzas más elogiosas y cabales de los críticos más escrupulosos. Su teología ha sido sencillamente suscrita por los teólogos más rigurosos. Lo que no deja de ser llamativo, a causa de la avidez casi orgiástica con que Bernanos elogia el dolor y la pobreza. En su obra literaria, como en sus escritos políticos, aborda el problema del mal (o del dolor, que es decir lo mismo) sin ambages. Sus personajes son de una humanidad tan honda que resultan inaccesibles a las meras categorías del psicoanálisis o la antropología, porque son moldeados en el misterio sobrenatural de la habitación de Dios en el hombre.


Para Bernanos Dios puso por último bastión en su lucha cósmica contra el demonio al hombre. Por eso a cualquier lector extraño a la angustia su literatura le resultará de pésimo gusto y a un ateo hecho a las angustias nihilistas de un Sartre o las transgresiones calculadas de un Bataille no habría que sugerirle una lectura tan violenta como la de la obra de Bernanos: con toda seguridad se asustaría. Y es que el escándalo que provoca la obra bernanosiana es el mismo ―literalmente: idéntico― que el de la muerte que cierto judío provocara hace un par de milenios.


El mal es la causa de la Cruz. La novela de Bernanos que enfrenta más a las claras el problema del mal es su Nueva historia de Mouchette ―nueva respecto de Bajo el sol de Satán, que lleva por subtítulo Historia de Mouchette; personajes homónimos, sólo semejantes en el sufrimiento―. Si Péguy nos había regalado páginas donde la presencia casi física de Dios se hace tangible al lector, para Bernanos, en Mouchette, lo patente es su ausencia. El protagonista aquí no es Dios detrás de los avatares de los hombres. En esta novela, donde con tanta insolencia nos abofetea el mal, el personaje protagónico es una ausencia: la de Dios. Aquí grita el silencio de Dios.


Mouchette es una niña. Posesa. Arisca, rebelde, arrojada a la soledad. Y pobre. Una creatura, como tantas y tantas, condenada a la vida. El relato, espantosamente sencillo, tan desnudo como la experiencia del dolor, cuenta un solo día en la vida de esta niña. Se pierde en el bosque bajo una tormenta y es hallada por el borracho cazador Arsène, quien le ofrece un refugio donde guarecerse de la lluvia y secarse. El cazador la viola. Ella escapa. Llega a casa para atender al mamoncillo chillón y a la madre enferma. Cuando quiere confiarle a su madre la pena que la habita, se encuentra con que ha muerto. Al punto llegan el hermano y el padre, ebrios, como siempre. Se va a la ciudad, a dar parte, y termina confirmando la coartada de su victimario, Arsène, por lo demás un criminal, frente al guardabosques. Hay, luego, un misterioso encuentro de la niña con una mujer extraña que vive velando a los muertos. Le confiesa todo. Al fin, Mouchette se suicida arrojándose a un arroyo.


No sólo es una crítica a la sociedad que arroja a la miseria, espiritual y material, su tesoro más precioso, la infancia. Los personajes de Bernanos siempre tienen la tentación de desesperar. Y aunque este drama sea, también, la denuncia de una sociedad de dar asco, los restos podridos de un mundo que no cogió el fermento del cristianismo y está ahora descompuesto, plantea un asunto aun más profundo: el mal más radical.


La destrucción de la infancia en Mouchette es simbólica, como el mal no lo es, sino concreta. Si algo hay sagrado en el hombre, es la infancia, la humanidad cuando aún no ha sido herida por la vida. No es casual que un autor tan familiar al espíritu de infancia como fuera Bernanos se valiera de una niña para encarnar en ella el mal radical: el pecado contra la esperanza, irreversible. En el conjunto de su obra, habitada por muertes indignas, ambiguas y martirios vacilantes, ninguna muerte es tan franca en su condena como ésta.


Bernanos, sin embargo, aún aquí, se resiste a condenar a esa pobre criatura y, en ella, a esos millones de sufrientes anónimos que son los pobres del Evangelio ―esos que están en el sufrimiento más concreto, completamente alejado del tontuelo lirismo burgués―.  El lector, ¿no se resiste también a arrojar la piedra? Está, como un hierro en el corazón, la esperanza, ¡incierta!, de que el “Dios voraz” no dé tregua en su enfrentamiento al demonio y le peleé la presa, aún cuando se trate de tan poquita cosa como Mouchette quien, harta de dolor, después de una vida absolutamente inmemorable, muere en una horrorosa soledad.


No se entiende cómo pueda ser éste, tan tremendo, un libro sobre la Esperanza. O sólo es inteligible si se entiende que Bernanos era un “profeta de la alegría” (Möeller). La Esperanza, es importante recalcarlo, no es tonto optimismo sino confianza en que, a pesar de todo, Dios está allí. Es preguntarse por qué extrañamos tanto a Dios, advertir qué poco se lo ve y qué odiosamente, en el mundo, y, sin embargo, esperar. Consiste en esperar contra toda esperanza, o no hablamos de la Esperanza viril de los santos. La Esperanza del cristiano es, en realidad, un martirio. Por eso exclama Bernanos: “en su más alta tensión, la esperanza acaba por consumirnos”.


Sabía bien el “cristiano Bernanos” (Balthasar) que, así como encarnado es el Misterio de la fe, encarnada debe ser su Esperanza porque es en la carne que sufrimos los hombres.


No nos es dado comprender el silencio de Dios que, no obstante, hace que detrás de la Historia resuene su Verbo. Y ese silencio nos subleva cuando se articula frente al sufrimiento. Hay algo de esencialmente injusto en el sufrimiento de un inocente. ¡Y la posesión demoniaca de una niña… es inadmisible! Sólo el sufrimiento de un Dios, su soledad, puede dar sentido al sufrimiento humano.


Mouchette es la imagen del Cristo orillado al suplicio espantoso de la Cruz, víctima de otro sufrimiento aún más espantoso que su humillación, que el fracaso de su Reino y el abandono de sus amigos: el silencio de Dios. Dios está tan espantosamente lejos de la pequeña Mouchette como lo estuvo de su Hijo el día fatal. Pero no hay qué temer: a ella para quien “las aletas de su nariz se llenaban del propio olor de la tumba”, un chispazo de genialidad poética de Bernanos la hace entrar en el agua con “la frente en el sitio más hondo del Cielo”. Lo mismo que en el colmo de su abajamiento Cristo entrara a los infiernos… dirigiéndose hacia el domingo grande de la Pascua.

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