viernes, 17 de enero de 2014

La lluvia por Eduardo Wilde



La lluvia
por Eduardo Wilde
No hay tal vez un hombre más amante de la lluvia que yo. 
La siento con cada átomo de mi cuerpo, la anido en mis oídos y la gozo con inefable delicia. 
La primera vez que me acuerdo haber visto llover fue durante la convalecencia de una grave enfermedad, en mi infancia. 
Había tenido la gran dolencia, la terrible fiebre tifoidea, esa enfermedad simpática a pesar de sus horrores. 
Me acuerdo todavía de la tarde en que me sentí ya mal, de la situación de mi cama, del aspecto del cuarto vacío de muebles, de su aire frío y del número de tirantes del techo sin cielo raso. 
Estuve cerca de cuarenta días enfermo y mis percepciones fueron, por lo que recuerdo, confusas y sin ilación. Me acuerdo que me quemaba y que no podía sudar, que pasaba horas enteras pellizcándome los labios cubiertos de costras que arrancaba sacándome sangre. Veía y oía todo, pero como si fuera yo otra persona; parecía un desterrado de mí mismo. El tiempo era eterno y en su eternidad yo tomaba todos los brebajes imaginables que tenían el mismo gusto detestable. Soñaba cosas increíbles, pareciéndome sueños las realidades y realidades los sueños. Los ruidos eran lejanos; los oía como si mis oídos fueran ajenos. Veía las cosas o muy lejos o muy cerca; cuando me sentaba todo daba vueltas y cuando me acostaba mi cama se movía como un buque. Veía animales silenciosos y muebles con vida. Las personas de mi casa me parecían recién llegadas y extrañas. Un día me sangraron; al sentir la picadura de la lanceta y ver la sangre, me desmayé. Cuando volví en mí, cerca de mi cama estaba parada mi madre con su cara pálida y seria; era una estatua. 
El médico me miraba con aquella dulce atención tan propia de su oficio; su fisonomía no expresaba nada, yo creo que lo tomé por un hombre tallado en madera, como un santo sin pintar que había en la iglesia. No me acuerdo haber tenido dolores durante mi enfermedad. La naturaleza en los graves estados nos dota sin duda de una melancólica y suave indiferencia cuyos beneficios son innegables. 
Poco a poco me fui restableciendo... Seguí leyendo y otros cuentos en este libro: http://www.ayconstanza.com/ficcion/la-lluvia-y-otros-relatos-de-eduardo-wilde/

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