jueves, 14 de marzo de 2013
La Grela de Oscar Leguizamon
La Grela
de Oscar Leguizamon
Ediciones Tirso - Argentina - 2005
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El autor es santiagueño y es actor de cine (Pasajeros de una pesadilla, 1984) y TV. La Grela es su primera novela. El prólogo está escrito por José Gobello, fundador y miembro de la Academia Argentina de Lunfardo.
PRÓLOGO
En mi trabajo "El lunfardo en la novela", que la Academia Porteña del Lunfardo tuvo la bondad de publicar en 1990, después de estudiar la obra de Cambaceres, de Sicardi, de Ocantos, de Eduardo Gutiérrez, de Hugo Wast, de Gálvez, de Arlt, de Marechal, de Sábato, de Mallea, de Mujica Láinez, escribí que" A partir de Arlt y su obra valerosa y personalísima las denigraciones al lunfardo se han retraído al territorio de la ignorancia y de la tilinguería". Sin duda fue el autor de "El juguete rabioso" el primero en utilizar el lunfardo como un instrumento de su narrativa. Pese a que Borges afirmó que Arlt no conocía el lunfardo ni le interesaba conocerlo, ese léxico no aparece en sus obras para mostrar o recrear la supuesta habla de los personajes de la ficción sino en procura de placer estético. No podría decirse igual cosa de la primera novela lunfarda conocida (o recordada), "La muerte del pibe Oscar" (1913), compuesta por el guardiacárcel Luis Contreras Villamayor, y sospecho que tampoco de "El deschave" (1965), de Arturo Cerretani. Villamayor quiso documentar un habla; Cerretani, demostrar que puede hacerse no mala literatura con el empleo casi abusivo de lunfardismos. Intención estética, en cambio, y muy visible, es la que movió a Julián Centeya -quien a su modo era un estilista y un estetizante- a componer "El vaciadero" (c. 1971).
De las tres novelas mencionadas aquella con la que más directamente luce emparentada "La grela" es la de Centeya: Leguizamón, como el autor de "La musa mistonga", no quiere sólo lunfardizar por travesura o por orondear de canchero y de corrido, sino sobre todo hacer literatura y, a su manera, también un poco de filosofía. Debo decir que a Oscar Leguizamón no le faltan uñas para tañer ambas cuerdas de la guitarra -la literaria y la filosófica- o, mejor dicho, de la viola garufera y vibradora que ha acamalado para componer este relato. En lo que al lunfardo empleado atañe, no es un repertorio arqueológico espigado en los diccionarios del ramo, sino moderno y coloquial; tan moderno que aplica al sustantivo grela ("mujer") un significado que sobrelleva desde no hace más de tres décadas ("mugre"); tan coloquial que parece más escuchado que leído.
Cuando los hombres leídos crearon la literatura gauchesca (y de paso el lenguaje gauchesco), se quitaron la levita, si acaso la llevaban puesta, se ciñeron el chiripá y se cambiaron el nombre: Ascasubi cambió su identidad por la de Aniceto el Gallo; Lussich, por la del matrero Luciano Santos; Hernández, por la de Martín Fierro. Crearon entonces un lenguaje a la medida de esos gauchos de ficción. Leguizamón también recurre a la primera persona, pero no necesita crear nada porque el lenguaje lunfardo ya fue creado y recreado sucesivas veces, desde Florencio Iriarte y Felipe Fernández hasta Daniel Giribaldi y Nydia Cuniberti. Tanto el gauchesco como el lunfardo son originariamente lenguajes literarios que llevan la pretensión de hacer literatura, con los dialectismos y arcaísmos sobrevivientes en el campo el primero, y con las voces traídas por la inmigración el segundo. Ya se ha explicado más de una vez que el chiripá lingüístico usado por Del Campo y Hernández dejaba asomar la hilaza de la cultura, y nada distinto ocurre con los autores lunfardescos. Leguizamón también se pone lengue y alpargatas confeccionados con palabras, con esas palabras de diverso origen (y no sólo de origen delictivo) que conforman la coiné del porteño de hoy y tampoco es difícil ver asomar entre línea y línea la sombra escurridiza de una cultura nada despreciable.
Ni el gauchesco ni el lunfardo son, empero, mera cuestión de vocablos. Del lunfardo dijo una vez Gómez Bas que es un aire; digamos que es un clima, un ámbito espiritual, y en ese clima se ubica Leguizamón, y allí se desplaza dando muestras de la seguridad y de la comodidad con que puede habitarlo. Ese clima se respira en su prosa, en sus descripciones, en sus ex abruptos. El habla de "La grela" no es ficticio, no es producto de elaboración, como el gauchesco de Estanislao del Campo o el de Romildo Risso. Es casi el idioma materno del autor, en la medida que la ciudad es su madre. Cuando digo que Leguizamón escribe coloquialmente quiero señalar la fluidez de una prosa que va en derechura de la vertiente al frasco, y que recibe un sabor especial al ser mechadas con las frases hechas de las letras de tango, que bien podríamos llamar tanguismos.
El verso ha venido siendo más utilizado que la prosa en el cultivo de la literatura lunfarda. Existen, sin embargo, prosas lunfardescas admirables, como algunas añosas páginas de Félix Lima, las inmarcesibles viñetas turfisticas de Last Reason, los "Tangos" de Enrique González Tuñón. Este curioso relato de Oscar Leguizamón, tan afortunadamente inusitado, no emparda ciertamente el peso específico de "La crencha engrasada" y de "Chapaleando barro", pero contribuye a equilibrar los platillos de la balanza.
Si un prólogo constituye una suerte de padrinazgo, tener a este relato por ahijado me hace muy feliz.
José Gobello
Nota preliminar
Una vez leí el libro de Giuseppe Vaccarino "La suciedad", donde se describe muy amenamente la carnadura de la sociedad suiza que él conoció. Me debe haber gustado porque nunca lo olvidé, a pesar de haber transcurrido algunos años.
Otra vez, muchos años antes, asistí a un curso del maestro Sciarreta, (lamento haber olvidado su nombre de pila) que trataba , sobre "Los productos del ser humano". Allí se ponía el acento en qué hacer con los desechos luego de la obtención de un producto. Sabemos que tales desperdicios configuran en sí mismos otro producto. La cosa se complica si los rezagos producidos no son degradables o reciclables y se complica mucho más cuando posee un contenido tóxico o peligroso, como, por ejemplo, la radioactividad . Cada tanto recuerdo pasajes de ese interesante ciclo. Finalmente diré que hace poco tiempo apareció en la puerta de mi casa un muchacho llamado Juan; venía a buscar una solución a su problema.
Se le había incendiado la casa mientras dormía. Sólo logró salvar a su esposa, su hijito y algunas pertenencias. Entre las cosas que se le quemaron estaban los documentos de un auto que me había pertenecido unos quince años atrás. Él lo tenía hacía cuatro años, los documentos estaban a mi nombre pues ninguno de los dueños por los que pasó el auto había hecho la "transferencia". Pues bien, removiendo los escombros de lo que había sido su humilde casa, encontró a medio quemar el "Título de propiedad" del auto. Lo único salvado era la parte donde figuraba mi nombre y dirección. Entonces se lanzó en mi busca, para pedirme, por favor, encarecidamente, que yo como propietario legal reconstruyera la documentación del auto, solicitar los duplicados, para venderlo y resolver su situación harto flaca, al menos en parte.
Desecho, suciedad, rastreo y reconstrucción era todo lo que Juan tenía en sus manos. Lo ayudé, le conseguí los duplicados rápidamente y no lo volví a ver.
Entonces, el libro de Vaccarino y el curso del maestro Sciarreta se instalaron en mí; recordé, el cien por ciento de su contenido o por lo menos eso creo me hicieron sentar a contar lo mío como un mandato incontestable.
Por eso tomo la posta de Giuseppe Vaccarino, para ampliar sus observaciones, dar una vuelta de tuerca a sus conclusiones.
En consecuencia, pido perdón por lo que aquí pase.
O.L
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