martes, 25 de octubre de 2011

Ernesto de Humberto Saba


Ernesto 
de Humberto Saba 
Prefacio Elsa Moante
Ultramar - 1990
COMPRAS Y CONSULTAS ayconstanza@gmail.com 


El despertar sexual de “Ernesto”
La novela del italiano Umberto Saba, traducida al español por el poeta tapatío Guillermo Fernández, retrata la historia de un adolescente que tiene sus primeras experiencias sexuales con un cargador. Es un libro que describe las pasiones humanas.
FUENTE Redacción Anodis
[contacto@anodis.com]


El principal valor de Ernesto (1975), de Umberto Saba, es haber sido una de las primeras novelas contemporáneas en tratar el tema de la homosexualidad sin remordimientos ni melodramatismo. Ernesto vive su sexualidad con libertad y sin culpa. David Leavitt señala con muy buen tino que en 1971, cuando finalmente se publicó Maurice, la novela de E.M. Forster (fallecido un año antes), había ya tantas novelas gays que muy pocos repararon en sus méritos: lo mismo debe decirse de Ernesto, de Saba. También el escritor francés, Dominique Fernandez relaciona ambas novelas, en particular porque son póstumas (no porque sus historias se parezcan), es decir, sus autores no las publicaron en vida. “También es póstumaErnesto, la última novela del poeta triestino Umberto Saba, una obra de arte llena de encanto y pureza, pero lo suficientemente audaz como para que su autor decidiera dejarla en un cajón”, escribe en su ensayo “Grandeza y decadencia de la literatura homosexual”, incluido en El rapto de Ganímedes (Tecnos, 1992).
Forster dejó estipulado que Maurice sólo podía publicarse después de su muerte, y eso fue lo primero que hicieron los albaceas en cuanto murió. En cambio, Saba no dejó ninguna instrucción de ese tipo, simplemente le interesaban otras cosas: al contrario de Forster, a Saba no le preocupaba lo que pudiera pensar la sociedad a partir de la historia que cuenta su novela, y lo que de allí se pudiera sacar sobre su vida personal. O al menos eso es lo que hacen pensar las 13 cartas que se incluyen en esta nueva edición deErnesto (Trad. Guillermo Fernández, Quimera, 2007). Así que muy distintas fueron las razones por las que uno y otro decidieron dejar los manuscritos de sus novelas en el cajón.

En esas cartas, dirigidas la mayoría a su mujer, Lina, a su hija Linuccia y a su amigo, el escritor, Pierantonio Gambini, Saba les confiesa lo difícil que es escribir esta “novelita”, como él la llama, mientras está hospitalizado en una clínica en Roma; es 1953, está muy viejo y enfermo, y, además, “cualquier banalidad me lleva a un clima que no es el suyo”. Allí, convaleciendo, escribe Saba a cuenta gotas los capitulitos de cada episodio que conforma la historia de ese muchacho de 16 años. Además, por si fuera poco, la historia que cuenta sucedió muchos años antes, “en los últimos años del siglo XIX”, como escribe (1898, para ser exacto). 
Si, en efecto, para Saba la dificultad mayor es escribir sobre hechos sucedidos medio siglo atrás, no lo es menos que se proponga describir el ánimo y sentir del púber que fue y que vivió en su lejana tierra natal, Trieste. Todo el escenario, por donde se le vea, es adverso, de ahí que le cueste tanto trabajo avanzar en la escritura de Ernesto y avanzar lo más que pueda.
Ernesto es la novela de un poeta por eso, dice Saba en una de las cartas, “un poema es una erección, una novela es un parto”. Sin embargo, para sorpresa de muchos, a Saba lo que le preocupa de Ernesto es el lenguaje, esto es, que no se pueda leer porque los diálogos están escritos en dialecto (en véneto y en el léxico usual del obrero y el empleado, el dependiente y el industrial): “Por desgracia es impublicable, por una cuestión de lenguaje”, dice claramente en una de las cartas.

Ernesto es un muchacho insolente de 16 años, que vive con su madre y una tía, trabaja en una empresa harinera para un judío “avaro y usurero”, a quien le lleva la contabilidad; es el responsable de contratar al trabajador que carga y descarga el carro con sacos de harina, con el que tendrá sus primeros encuentros sexuales. Cuando el señor Wilder, el patrón judío, contrata a otro asistente de contabilidad, Ernesto explota y hace una jugarreta para que lo hagan despedir. Ernesto lo mismo es caprichoso con el cargador, que con su madre, el patrón, el peluquero, con un tío que funge como su tutor y hasta con la vieja tía convaleciente, que lo consiente y le solapa su temperamento. Vive el despertar de la sexualidad como lo hace cualquier adolescente: con lo que tiene cerca (recuerdo a los poetas Elías Nandino, Reinaldo Arenas o Gómez Jattin contando sus primeros encuentros sexuales lo mismo con las cabras que con los pavos o los cerdos), con eso experimenta, no sin indeferencia o incluso repulsión, como sucede con el cargador o, hacia la mitad del relato, con una prostituta, típico ritual de iniciación machista en las culturas del mundo. Contar todo eso en 1956 (cuando dejó de escribirla) o en 1975 (cuando se publicó por primera vez en Italia) sí era meritorio, como bien dice Leavitt.

A manera de disculpa con el lector, Saba inserta una nota casi en la parte final de la novela diciendo que es muy probable que no llegue hasta donde se propone con la novela, o sea donde “terminaría la verdadera historia de su adolescencia”, pero continúa hasta donde puede: Ernesto se las ingenia para ir a la filarmónica donde tocará el violinista checo, Franz Ondricek, que él admira tanto. Allí ve y observa con detenimiento a un muchachito de su edad, o un poco menor, Emilio, o Ilio, que le deja el corazón “herido por primera vez por la belleza”. ¿Qué se proponía Saba contar de Ernesto e Ilio? ¿Cuáles son esas “consecuencias remotas” que nacerían en este personaje entrañable? En las cartas se vislumbra un posible final, Saba da señas de algo que pudo haber sido y no fue; empero, no lo sabremos a ciencia cierta.

Al final, Saba no termina la novela. Muere y la obra queda inconclusa, privándonos así de una de las historias más apasionadas de la literatura universal del siglo XX.

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